Hace cinco años, en el documental Putin, del periodista Andréi Kondrashov, el presidente ruso enfatizó que puede perdonar todo, salvo un pecado: “La traición”. En Rusia flota la sospecha de que la muerte el miércoles del dueño del Grupo Wagner, Yevgueni Prigozhin, fue un ajuste de cuentas por su deslealtad hacia el líder ruso. A diferencia de otros asesinatos, Moscú no se ha apresurado a atribuir este ataque a Ucrania y ha negado su autoría con cierto desdén. Culpable o no, la muerte del jefe de los mercenarios junto a nueve personas más ha sido interpretada en Rusia como un aviso para quien se atreva a moverse de su sitio. Además, gracias al motín de Prigozhin hace dos meses, el Kremlin cuenta con un pretexto para dejar de lado los formalismos de una democracia, como el derecho a un juicio justo. De hecho, no es casual que la valoración de Josef Stalin haya mejorado este último año, pues para muchos rusos es sinónimo de victoria y orden. Las víctimas son lo de menos.
Serguéi Mirónov, jefe de Rusia Justa-Por la verdad, uno de los partidos satélite del Kremlin, compartió en sus redes sociales un mensaje de sorprendente honestidad: “Yevgueni Prigozhin molestó a demasiadas personas en Rusia, Ucrania y Occidente. El número de enemigos llegó a un punto crítico. En su caso, no fue la muerte abstracta quien lo marcó, sino una escoria específica. Tu regalo, Zhenia (el martillo usado por el Grupo Wagner para llevar a cabo ejecuciones), siempre me recordará que las cosas no se hacen solas, que debemos luchar”.
Antón Barbashin, director del centro de análisis Riddle, cuenta por teléfono a EL PAÍS: “El Kremlin quiere hacer de esto una historia visible, bien grande. Mostrar en casa y en el exterior, a los militares rusos, que cualquier signo de deslealtad será castigado”. La forma en la que ha muerto el empresario, de una manera tan violenta y cuando supuestamente había sido perdonado, ha sido una sorpresa. “Siempre estuvo presente que Prigozhin sería asesinado, aunque en África u otro lado”, agrega.
El dueño de Wagner había sido invitado por el Kremlin al Foro Rusia-África de San Petersburgo a finales de julio. El empresario posó sonriente con los delegados de los países donde actuaban sus mercenarios y elogió a Putin por el acercamiento al continente. Parecía que todo había quedado atrás y el fundador de Wagner era, como en la película de Martin Scorsese, uno de los nuestros.
Alexánder Báunov, analista del centro Carnegie, recalca en su ensayo Rusia después de Prigozhin: “Una técnica de castigo importante tanto dentro de una dictadura como de un grupo criminal es que la aniquilación del enemigo va precedida de una apariencia de reconciliación, del perdón y, a veces, incluso de cercanía con el jefe”.
Después de haber aparentado durante años que Rusia respeta las instituciones dentro de su propia forma de democracia, como se ha hecho con los juicios a los opositores, con Wagner se normalizaron las ejecuciones sin juicio previo. La compañía filtró un vídeo en noviembre donde pretendía dar una lección al asesinar de un martillazo en la cabeza a un ciudadano ruso, Yevgueni Nuzhin, por haberse rendido en el frente. El grupo lo había intercambiado por otros prisioneros con Ucrania. “Esto no es asunto nuestro”, respondió el portavoz del presidente, Dmitri Peskov, ante las peticiones de investigar el suceso.
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El analista Alexánder Báunov agrega en referencia a conceptos vagos como la fidelidad al líder: “Es probable que la eliminación del escenario democrático y judicial continúe más allá de las elecciones rusas (de marzo), y finalmente se pueda reafirmar que el sistema político y legal de Rusia no es una variación del occidental, sino algo completamente diferente dentro de la doctrina de una civilización rusa única donde las categorías jurídicas son reemplazadas por conceptos informales”.
Es bastante factible que Putin recrudezca su dureza a medida que la marejada sea mayor. El modelo de Stalin es en cierto modo inspirador. Según una encuesta del centro de estudios sociológicos Levada, un 63% de los rusos simpatiza hoy con el dictador, frente al 45% de hace cinco años. Antón Barbashin, director del centro de análisis Riddle, explica: “Su popularidad crece porque no lo ven como usted o yo, en términos de sangre y represión. Es el culto a la victoria. Cuando piensan en Stalin, piensan en que ganó la guerra, tenía todo bajo control y era predecible, no piensan en las purgas y en los miles de víctimas”.
Un patriota que traicionó a Putin
La muerte de Prigozhin, como el arresto del general Serguéi Surovikin y el juicio al paramilitar Ígor Girkin Strelkov por sus críticas a la dirección de la guerra, suponen un aviso para el sector ultranacionalista, pero no un cambio en lo que han sido las últimas décadas rusas.
Barbashin opina que “el Rubicón (de Putin) ha sido la guerra en sí misma, o el asesinato de Borís Nemtsov —opositor y ex viceprimer ministro—, o los envenenamientos (de disidentes). Ya hubo antes varios Rubicones”.
Muchas personalidades rusas, incluso algunos adversarios, han definido a Prigozhin como “un verdadero patriota”, pero recalcan que cometió el error de traicionar la confianza de Putin en su pugna con el ministro de Defensa, Serguéi Shoigú, una de las pocas personas que forman parte realmente del círculo íntimo del mandatario. Además, había roto la ley del silencio al mostrar el lado más duro de la guerra, los cadáveres de los rusos, y su popularidad amenazaba a las autoridades.
“Prigozhin no era parte de la élite”, hace énfasis Barbashin. “Era un intruso utilizado por Putin y flotaba la sensación de que los amenazaba al decir que sus hijos debían ser enviados a la guerra o que no deberían estar viviendo la vida en Moscú mientras otros mueren”.
Para Tatiana Stanovaya, analista de Carnegie y fundadora del centro de análisis R. Politik, “no importa la causa del accidente aéreo, todos lo verán como un acto de represalia y venganza, y el Kremlin no contrarrestará esta opinión”. “Desde la perspectiva de Putin, así como de muchos miembros del ejército y las fuerzas de seguridad, la muerte de Prigozhin debería servir como una lección”, añade la experta, que con esta catástrofe aérea considera respondida la única pregunta que quedaba tras la rebelión: si los méritos de Prigozhin “eran suficientes para dejarlo vivir”.
La conclusión más compartida por los analistas es que el Kremlin quiere ser temido. “Destruir el avión, dos meses después de los pactos con Wagner, es algo nuevo incluso para Putin”, escribe el veterano periodista Vitali Pórtnikov en el portal Grani. “Esa novedad confirma que no le interesa nada más que el miedo. Que todo aquel cuyas acciones permitan dudar de que no controla el poder está condenado; que sus socios y cómplices le tengan miedo, no amor o respeto”.
Para Putin, señala Stanovaya, una vez reorganizada Wagner, ya no era necesaria una persona “de la que dijo públicamente que le clavó un cuchillo en la espalda”. Otros paramilitares comparten la misma opinión. “En la cima de la pirámide del poder no tienen prisa en dar los pasos que se esperan de ellos para cambiar ciertas figuras: (le deseo) el reino de los cielos para Prigozhin, pero incluso él, demostrando su máxima devoción hacia el presidente, resultó ser capaz de realizar acciones impredecibles”, reflexionaba esta semana el comandante separatista Alexánder Jodakovski, uno de los pocos líderes paramilitares de la guerra de Donbás de 2014 que no ha sido asesinado en un atentado sin resolver.
“Yevgueni Víktorovich (Prigozhin) era una persona importante a nivel nacional, pero últimamente no vio, o no quiso ver, el panorama completo de lo que está sucediendo en el país. Le pedí que dejara las ambiciones personales”, dijo por su parte el presidente checheno, Ramzán Kadírov, quien moderó sus críticas hacia el alto mando ruso cuando Prigozhin comenzó a cruzar las líneas rojas en primavera.
En cualquier caso, los expertos coinciden en que la muerte del empresario, a pesar de la indignación provocada, no desestabilizará nada a corto plazo. “Para una parte considerable del público conservador, su muerte está bien merecida; y los que simpatizaban condenaron en gran medida el motín porque creían que debilitó al régimen en tiempos de guerra”, afirma Stanovaya. “Además, su fallecimiento es una amenaza directa para todos los que lo siguieron hasta el final o lo apoyaron abiertamente. Es más probable que [su muerte] intimide a que inspire protestas, y no se debe esperar ninguna reacción especial”.
Una relación de 30 años
Cuando Putin rememoró el viernes la figura de Prigozhin, proporcionó un detalle que hasta ahora había negado: dijo que lo conocía “desde principios de los noventa”. Hasta ahora, la versión oficial era que sus vidas se habían cruzado a principios de los 2000, cuando Prigozhin trabajó en el catering de una cumbre con Jacques Chirac y George Bush hijo, gracias a que el empresario se había dado a conocer entre la élite a través de su lujoso restaurante de San Petersburgo, Stáraya Tamódzhnaya.
A principios de los salvajes años noventa rusos, Putin, antiguo miembro del KGB, era vicealcalde de San Petersburgo y responsable de la supervisión de los casinos. El rey del juego en la ciudad era Mijáil Mirilashvili, quien contrató para la seguridad de sus casinos al entonces socio y guardaespaldas de Putin, Roman Tsépov.
Casualmente, Mirilashvili financió aquel restaurante de Prigozhin, aunque algunos investigadores apuntan a que ya trabajó para él antes en sus casinos. Tsépov, por su parte, moriría en 2004 tras tomar un té con antiguos colegas del sucesor del KGB, el FSB que dirigió Putin en 1998, antes de ser elegido por Borís Yeltsin como su sucesor. La investigación post mortem reveló que había sido envenenado con material radiactivo, como el exespía Alexánder Litvinenko.
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